martes, 10 de enero de 2012




Molly es una niña cabezona, es tierna cuando despierta y cuando respira, cuando come también, ella canta, inventa espacios para casetas nuevas de teléfono donde va a cantar al espacio, en un tiempo libre, Molly colocó una bocina en la parte mas clara de la luna, de lejos, desde aquí por ejemplo, parece un satélite, satélite de sonido de resplandor, bonita mañana, esa de las 9:00 A.M.
Molly estaba sola aquél día, vocalizando, vocalizan-do-re-mi.fa-sol-la-si, así, la encontré por ahí, vagando en el universo, me inventé que estaba perdido para que me diera alguna dirección, le pedí (nervioso) que subiera a mi nave pero una niña como ella nunca sube a ninguna nave /no identificada/ de cualquier marciano, jupiteriano o mercuriano. Me contó que canta, casi baila, pero no sabe escribir, sigue acumulando ideas, quizá un día o una noche componga alguna canción. Molly tiene un cuaderno donde anota minuto a minuto lo que desea cantar, inventa que sabe escribir para decirme dos o tres veces que ya no es una niña, garabatea lo que no compone, canta porque su voz es hermosa, canta porque si no lo hiciera su cabeza se llenaría de canciones que tarde o temprano la harían crecer, no a ella, a su cabeza. Molly no escribe canciones, busca melodías, les pone – play – y canta, a cantar, dice, sola, en su cuarto de color azul, en sus labios de color carmín, en sus ojos medio abiertos, medianamente pequeños, parcialmente grandes, en su pequeño estudio, mitad estudio mitad corazón. Tengo una estrella, se la voy a regalar. Brilla, se carga de energía.
Molly in the sky with diamonds, my beloved Molly and me, todo en .mp3, todo almacenado en pequeñas carpetas color transparente en mi disco local “C”.
Molly va a clases para aprender a escribir, yo estoy flotando aun en mi nave, sigo diciéndole que me perdí para ver si me lleva con ella, diario me detengo, la escucho cantar, suspiro y me pierdo en su voz, luego, le pido la dirección.